lunes, 22 de octubre de 2012

Crónica de un nacimiento anunciado.

Ha llegado la semana 40. Quiero que mi bebé llegue, pronto claro, pero también cuando él quiera. Cuando esté listo, cuando sea momento. Quiero que llegue sano y lleno de vida. Lo siento moverse cuando le pregunto si todo está bien, como si de alguna manera supiera que necesito saber que está todo bien ahí adentro. Me deja dormir, creo que es un beneficio extraordinario a estas alturas, lo agradezco enormemente, sé lo difícil que eso es.

Pero quiero que salga, yo. También TODO el mundo. Sus abuelos, sus tios, su hermana, su papá. Pero yo, yo más, porque solo yo soy la que estará con él todo el tiempo. Todos regresarán a su casa y quedaremos su papá y yo con él. Para alimentarlo y dejar que toda nuestra vida ronde a su alrededor. Es a nosotros a los que nos urge. Los que estamos aquí pacientemente (y a veces no tanto) esperando su anunciada llegada.

Los que nos hablan diario saben que aún no ha llegado, pero los que se sienten por momentos desconectados, de momento creen que ya nació y no les avisamos. Pero las noticias corren como el río y en cuanto nazca lo sabrán.

Que ambibalencia es saber que lo que uno quiere no siempre es lo que es mejor para nuestros hijos y por lo tanto deja de ser lo que queremos para ellos, ¿no es así?. Y desde ahora, in utero, hace falta dejar a un lado lo que nosotros queremos para nosotros para hacer por nuestros hijos lo que es mejor, con la paciencia de dejar que llegue el momento donde ellos estén listos para dar ese siguiente paso. Confiar en que el momento en que suceda el milagro es cuando el momento adecuado ha llegado. Confiar en nuestros hijos. Que difícil es, pero que enormemente necesario.

A esperar, paciencia pido, paciencia otorgo.

¿Alguien de ustedes se tardo hasta las semana 41?

No hay comentarios:

Publicar un comentario